1. El consumidor está desarmado, pues
la contaminación química rara vez se
aprecia a simple vista; no hay más
remedio que confiar en la vigilancia de los
productores y la Administración.
Por norma general:
– Lave y pele las frutas antes de
comerlas. Lave también las verduras y
hortalizas y deseche el caldo de cocción de
las verduras, pues se llevará disueltas
muchas sustancias indeseadas. Este consejo
es especialmente importante cuando el
Información elaborada por el equipo de
OCU
comensal es un niño, una embarazada o
una madre que amamanta.
– No compre productos de origen
desconocido pues pueden provenir de
huertas incontroladas cercanas a
vertederos, carreteras, industrias y otros
entornos particularmente contaminados.
– Si las tuberías de su casa son de
plomo, es preferible que las cambie:
mientras tanto, deje correr un poco de
agua del grifo antes de beber.
– Desconfíe de las carnes y derivados
cárnicos de colores rojos muy intensos,
pues esa viveza es señal del uso de
aditivos, como nitratos y nitritos. Si los
consume, acompáñelos de legumbres y
frutas frescas, pues contienen sustancias
capaces de neutralizar a las nitrosaminas.
2. Los productores pueden hacer
mucho por la pureza de los alimentos. Ya
no se trata sólo de respetar los plazos de
"supresión" previos a la cosecha
y la matanza, en los que no se
administran medicamentos ni
tratamientos fitosanitarios,
para reducir su presencia en el
producto final. Se trata, sobre
todo, de limitar el uso de estas
sustancias a lo estrictamente necesario.
La prevención de las enfermedades del
ganado, por ejemplo, debería descansar
no en los antibióticos sino en la mejora
de sus condiciones de vida (higiene,
espacio, etc.).
3. La Administración también puede
hacer muchas cosas, fundamentalmente,
legislar con prudencia atendiendo más a
razones sanitarias que económicas,
endurecer los controles y las sanciones a los
infractores, obligar a las industrias a reducir
sus emisiones contaminantes, etc.
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